terça-feira, março 18, 2008
JAVIER MARIAS-1
Por si no bastara la espontánea y general confusión que muchos españoles tienen respecto a sus derechos, hoy proliferan en la televisión anuncios particularmente falaces que incitan a adquirir cosas bajo el lema “Tienes derecho a Internet” o a lo que sea en cada ocasión. Lo que a los espectadores les queda no es el gasto que han de hacer para disponer de esto o de aquello, sino el nefasto latiguillo de que tienen “derecho” a todo, incluido el mayor absurdo, “a ser feliz”. Así, no es demasiado extraño que sobre todo los jóvenes lo repitan como loros ante cualquier circunstancia: “Tenemos derecho a divertirnos”. O “a oír música gratis”. O “a la cultura, que es de todos”, y demás sandeces y despropósitos. Inevitablemente, la sibilina e inculcada idea de “tener derecho” lleva aparejada la sensación de que cada cosa le es “debida” al ciudadano y de que es al Estado al que le toca proporcionársela, a veces a un precio irrisorio y a veces gratis. Yo no sé. Tras más de treinta años de democracia lo normal sería que los españoles hubieran aprendido a distinguir con precisión a qué tienen de verdad derecho y a qué no, y por supuesto cuáles son sus deberes, pero, lejos de eso, cada vez cuesta más que lo distingan. La culpa no es sólo de la publicidad, claro está, sino en gran medida de los políticos, que además, en el reciente periodo preelectoral, se han dedicado a ofrecer toda clase de bicocas fantásticas a los votantes, haciéndoles creer aún más en su enloquecida y siempre creciente ampliación de “derechos”. Y otro tanto consigue la prensa, la cual, por ejemplo, ha convencido a los ciudadanos de que “hay que respetar todas las opiniones”, cuando lo único que hay que respetar es que todo el mundo pueda expresar la suya. Pero una vez expresadas, todas pueden ser objeto de crítica, irrisión, desprecio, denuesto, sátira o diatriba. Yo tengo derecho a decir que tal o cual opinión me parece una majadería, o racista, o machista. A lo que no lo tengo es a impedir que nadie suelte la suya. Son cosas muy distintas que se tienden a confundir, y por eso son frecuentes los lectores que me acusan de “insultar” si tildo de necedad tal o cual postura, y me recriminan que “falte al respeto” a quienes no piensan como yo. Todo el mundo puede decir lo que quiera, faltaría más, pero también todo el mundo puede opinar lo que quiera sobre lo que dicen los demás. Y todo el mundo puede opinar, desde luego, que las necedades enormes las estoy soltando yo.
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