He observado que uno de los “derechos” que mucha gente tiene más interiorizados es el de poseer un piso, quiero decir en propiedad. Es cierto que los precios de la vivienda son escandalosos y abusivos (tanto los de compra como los de alquiler), pero cada vez es mayor la confusión entre el derecho a una vivienda digna –pero no gratuita– que establece nuestra Constitución, y el supuesto “derecho” a ser dueño de ella. Se oyen y se ven quejas por doquier: “Es que se nos va más de la mitad del sueldo en la hipoteca”, exclama una joven pareja en televisión, como si eso no fuera lo lógico y como si la posesión de un piso fuera algo tan indispensable como el comer. Es decir, como si la pareja en cuestión no tuviera más remedio que hipotecarse a cuarenta años porque no se concibiera la posibilidad de no ser propietario. Es una extraña manía española, sin parangón en ningún país que yo conozca. Lo que los españoles parecen ignorar es que: a) el 80% de los europeos viven en régimen de alquiler, sin que eso les suponga ni una tragedia ni un oprobio; pagan por el uso de algo, y, en contra de lo que aquí se piensa, no están “tirando” el dinero, sino que lo destinan al disfrute mensual del piso a su alcance o de su elección, lo mismo que la ropa que visten o los alimentos que ingieren, que en modo alguno son eternos; y b) que, hasta hace no mucho, lo normal, también en España, era que los pisos se alquilaran, no que se pudieran comprar.
A mí me parece muy bien, por supuesto, que quien quiera adquirirlos (porque desee legarlos a sus hijos, o así se sienta más seguro, o incluso para especular) proceda a ello. Lo que encuentro disparatado y pueril es que luego ande llorando por lo costoso de la operación, o por el escaso sueldo que le resta, o que denuncie su situación “injusta”, como si no fuera una situación en la que él mismo, libre y voluntariamente, ha resuelto meterse. Es como si un ciudadano armase un escándalo por lo caro que le sale comprarse un coche, cuando nadie lo obliga a hacer ese dispendio. Y, lo mismo que existe el transporte público para quien no puede o no está dispuesto a costearse un automóvil, existen los alquileres para quienes no pueden o no quieren hipotecarse de por vida en la compra de una vivienda. Ah, pero no: no se sabe por qué, al pisito en propiedad hay demasiada gente que cree tener “derecho”, o algo que se le parece. Un joven de diecinueve años le espetó acusadoramente a Zapatero en aquel programa, Tengo una pregunta: “¿Qué le parece que yo no tenga posibilidad de comprarme un piso?” No recuerdo qué contestó el interpelado, pero no fue, desde luego, lo que habría sido sensato y normal en un país que fuera medio sensato y normal, a saber: “A su edad, me parece lo más natural. ¿Acaso ha empezado a ganar usted dinero? Y en caso afirmativo, ¿cuánto, si se puede saber? Tal vez lo anómalo sería que tuviera usted tal posibilidad”.
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